Comparando la rentabilidad activa-pasiva en mercados inestables entendemos mejor qué estrategia se adapta a cada situación cuando el mercado se vuelve impredecible. Elegir bien puede marcar la diferencia entre proteger tu capital o sufrir pérdidas innecesarias. Analizar cuándo conviene ser más dinámico o cuándo es mejor mantener una posición estable es clave para cualquier inversor informado. En Bolsillo Financiero, nos dedicamos a ofrecer contenido valioso y seguro para quienes desean invertir con criterios formados.
Contexto actual: ¿por qué los mercados inestables reabren el debate?
Los vaivenes financieros no avisan: conflictos armados, inflación que no da tregua, decisiones algo crípticas de bancos centrales o avances tecnológicos que lo revolucionan todo (como cuando llegó el smartphone). Y en medio del meneo, los precios se disparan o se desploman sin previo aviso. Ahí es cuando, casi por reflejo, los inversores se repiten la eterna duda: ¿conviene moverse con agilidad o dejarlo todo en piloto automático?
Con tanto alboroto sonando de fondo (y ese tufillo a incertidumbre), el dilema no solo vuelve—cobra una especie de urgencia existencial. La gestión activa tiene ese rollo de “estar al mando”, lista para girar el timón. En cambio, la pasiva ofrece algo que a veces vale oro: paz mental (y menos comisiones). Claro, el truco está en saber qué te mueve. ¿Buscas adrenalina o preferís dormir bien?
A fin de cuentas, no hay receta mágica: se trata de cuándo entras, cómo juegas y para qué te lanzaste en primer lugar. Esto me recuerda a cuando todos invertían en ladrillo, convencidos de que “el piso nunca baja de precio”… Bueno, ya vimos cómo acabó.
En este otro artículo te explicamos todo sobre las inversiones activas y pasivas.
¿Cuándo puede la gestión activa superar a la pasiva en mercados inestables?
Una gestión activa —si se ejecuta con tino y no a lo loco— puede marcar una diferencia real cuando el mercado va dando tumbos. ¿La clave? Saber cuándo ese enfoque puede, de verdad, sacarle ventaja al modo pasivo (que no siempre es el “zen” que aparenta, ojo):
- Reacción inmediata sin drama: Los gestores activos tienen margen para mover fichas al instante. Si hay un batacazo geopolítico o una sorpresa económica (de esas que te hacen escupir el café), pueden ajustar la cartera sobre la marcha. Casi como cambiarse de acera cuando ves venir un chaparrón.
- Caza de gangas y burbujas: Cuando todo parece estar patas arriba, es más fácil encontrar joyas escondidas o burbujas a punto de pinchar. Eso sí, hay que tener olfato… y estómago. Fliparás con lo que se puede rascar si sabes mirar.
- Paraguas a medida: La gestión activa también te permite cubrirte frente a lo que más te preocupa: subidas de tipos, líos con las divisas o sectores que van cuesta abajo y sin frenos. La pasiva, ahí, poco puede hacer. ¿Genial? Más bien… limitado.
- Donde arde, ahí actúa: Sectores como el tecnológico (ese que va a su ritmo, como si jugara otra liga) o los mercados emergentes reaccionan con vaivenes impredecibles. En estos terrenos, una gestión activa bien informada no solo es útil… puede ser vital.
- Cambios rápidos, sin dramas: Si algo no pinta bien, la gestión activa te permite hacer rotaciones ágiles. Cambiar de sector o de activos como quien cambia de canal cuando empieza el anuncio del detergente. La pasiva, en cambio, se queda mirando.
- Más control, menos sorpresas feas: Cuando hay tormenta, quizá prefieras no subirte a ciertos barcos. La gestión activa te deja evitar sectores o empresas que huelan a problemas. Esa sensación de «olor a lluvia», pero en versión financiera.
¿Cuándo es preferible la gestión pasiva en mercados inestables?
Cuando el mercado parece una montaña rusa sin frenos, apostar por la gestión pasiva puede ser, sorprendentemente, una jugada muy sensata. ¿Por qué? Aquí te cuento en qué momentos tiene más sentido dejar que el piloto automático haga su trabajo:
- Costes que no te sacan un ojo: Los fondos pasivos suelen tener comisiones mucho más bajas que los activos. Esa diferencia, que al principio parece poca cosa, a largo plazo se nota —y bastante— en el rendimiento. Vamos, que te ahorras un buen pico sin hacer malabares.
- Antídoto contra metidas de pata: Como no requiere estar tomando decisiones a cada rato (y menos con el mercado chillando por todos lados), se evitan esos errores clásicos de juicio que suelen aparecer bajo presión. Uf, todos tenemos un mal día, pero el fondo pasivo no.
- Diversificación exprés: Al replicar índices amplios, desde el primer momento estás invertido en una montaña de empresas. Eso ayuda a que si una se va a pique… no se te caiga todo el castillo. Como tener huevos en muchas cestas, pero sin volverte loco buscando cestas.
- Claridad sin truco: Sabes exactamente qué tienes en cartera, sin misterios ni apuestas raras. Nada de confiar en que “el gestor sabrá lo que hace” mientras tú cruzas los dedos. ¿Sencillo? Sí. ¿Aburrido? Quizá. Pero funciona.
- Te da lo que hay —y punto: No pretende ganarle al mercado, pero sí te asegura llevarte lo que el mercado da. Que, dicho sea de paso, muchas veces es más de lo que logra la gestión activa después de restar comisiones. ¿Ironías del destino?
- Perfecto si no quieres sustos: Para quienes buscan dormir tranquilos o piensan en el largo plazo (tipo “me jubilo en 2040 y paso de dramas”), la pasiva suele ganar puntos. Y más aún cuando los mercados van como el Tamagotchi: imprevisibles y un poco nostálgicos.
Estrategias mixtas: combinando gestión activa y pasiva en mercados inestables
Para muchos inversores —sobre todo cuando reina la incertidumbre y el mercado se pone teatral— combinar lo mejor de dos mundos puede ser la jugada más sensata. No se trata de casarse con una sola estrategia, sino de unir la gestión activa con la pasiva para cubrir distintas metas dentro de una misma cartera. ¿Suena lógico, no?
- Formato central-satélite (sí, como una nave espacial): Se destina la mayoría del capital a fondos indexados —los que siguen el mercado sin hacer mucho ruido— y se reserva una porción menor para fondos activos con potencial extra. Es como tener un plan base y un as bajo la manga, por si acaso.
- Adaptarse al ritmo del mercado: Cuando la cosa está tranquila (bueno, todo lo tranquila que puede estar), se apuesta más por lo pasivo. Pero si llega el tsunami informativo, la parte activa toma el volante. Es una especie de gestión con cambio automático… que también sabe usar marchas.
- Diversificación con cabeza: Lo pasivo cubre los grandes índices internacionales, dando una base sólida. Mientras tanto, lo activo se concentra en áreas con más nervio, como tecnología o materias primas. Eso sí: sin caer en el típico error de “ponerlo todo en criptos porque están de moda”. ¿Genial? Más bien… calculado.
Este enfoque mixto quiere lo mejor sin volverse loco: estabilidad y costes bajos por un lado, flexibilidad y valor añadido por el otro. Como cuando buscas una chaqueta que abrigue pero también te quede bien (¡y sin parecer un catálogo del 2003!). Es ideal para quienes no se sienten ni muy conservadores ni temerarios. Vamos, los que prefieren equilibrio antes que drama.